Zuppa di cozze

Lorenzo era un hombre de piel morena y buena familia. Al nacer fue atribuido con porte de soldado y una sonrisa que lo sentenciaría a ser el mujeriego de la Emilia-Romagna. La nonna decía que había que meterle mano dura, de lo contrario, el pobre estaba condenado a morir en soltería y con hijos regados por las veinte regiones.

Creció para ser elegante y galán —como buen italiano— pero tenía un detalle que le impedía desenvolverse con ligereza en la sociedad.

Lorenzo no disfrutaba la comida.

No disfrutaba la pasta, el risotto ni las exquisitas pizzas napolitanas. No sabía lo que era deleitarse con un buen sangiovese ni entendía todo el fervor que había detrás de las sobrevaloradas trufas blancas. Lorenzo era un alma gris.

Un día, la nonna lo invitó a comer tras escuchar sus insoportables pesadumbres por teléfono. Había preparado una focaccia casera en la mañana que aún perfumaba la cocina; y tenía una zuppa di cozze perfecta para hacer la clásica “scarpetta”.  

Lorenzo gritaba en desesperación: “Aquí todos son alegres, entusiastas y carismáticos. En cambio yo, Lorenzo, soy una cara bonita con incapacidad de disfrutar la vida. ¡Soy un alma gris!”.

Estaba tan enfocado en desahogar sus penas con la nonna, que en un movimiento instintivo le dio un brusco bocado a lo que tenía enfrente y su expresión facial cambió. Sintió cómo sus músculos se destensaban y percibió un consquilleo peculiar cuando probó la exquisita focaccia remojada en la salsa de mejillones que había preparado su nonna. Siempre le habían disgustado los moluscos por su apariencia dudosa y aromas al mar. Pero esta vez fue diferente: tal vez se debió a la degustación inconsciente y despreocupada… tal vez se debió al contraste de emociones tan fuerte que experimentó su cuerpo, provocando un corto circuito… aún no se sabe. Pero sí, Lorenzo disfrutó ese bocado.

Salió de la casa con la cara en alto… había despertado algo en él y estaba listo para ser el Lorenzo Barbieri que siempre había soñado.

La nonna volteó a la puerta un tanto abrumada… pues sabía que ahora su nieto lo tenía todo para ser el siguiente donjuán del norte de Italia.