Tostadas de atún

Los jueves comíamos en Contramar. Y mi abuelo era un hombre de rutina, de los que no experimentan con cosas nuevas y cuyo temor primordial se resumía en una simple idea: la de perder el tiempo. Qué curiosa esa gente a la que no le gusta la aventura, ¿no? me parece raro. Tantas cosas nuevas por probar y el fascinante sentimiento de haber descubierto algo nuevo… pero así no era mi abuelo.

Como consecuencia de su personalidad anti-riesgos siempre pedía sus tostadas de atún. Seguido del clamato para acompañar, el postre de merengues con fresa y tal vez, si estaba de humor, remataba con un buen tequila.

Y qué maravilla eran esas sobremesas con el abuelo “entequilado”. Pasaba de ser el señor serio y correcto, a un relajado mortal con unos años y copas de más. Se inspiraba contándonos sus travesías como coronel de la milicia y de vez en cuando se le soltaba la lengua narrando imprudencias que hacían enojar a mi abuela. Como que él era un hombre de mucho verbo y porte… y tal vez por eso las mujeres europeas le llovían. 

En fin, el abuelo ya no está con nosotros pero a veces lo recordamos preparando las tostadas de atún que tanto le gustaban. Una receta con tan mínimo márgen de error que las probabilidades de perder el tiempo son nulas, como le hubiera gustado al abuelo.

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