Tiramisú con avellanas

Una anécdota de esta receta: La idea de servir este tiramisú en porciones individuales surgió porque hace unos meses tuve visitas en la casa y planeaba servirles un tiramisú de postre. Al momento de recibirlos, no me dio tiempo de hacer el tiramisú, pero igual había comprado todos los ingredientes. Decidí que iba a batir la crema de mascarpone cuando todos hubieran terminado el plato fuerte (el proceso no tarda más de diez minutos) y que iba a servirlo en porciones individuales en la mesa para no ausentarme demasiado de la reunión.

El resultado fue aún mejor que si lo hubiera hecho desde antes.

El proceso de servir el tiramisú en la mesa generó esta sensación casi como de teatro: a todos les dio una ilusión inmensa ver cómo colocaba las capas de galleta, café, crema de mascarpone recién hecha y los toppings por encima. Se sintieron en un restaurante con el chef terminándoles el plato enfrente.

Entonces todos ganamos: tus invitados van a estar felices con el show y tú vas a haberte tardado un tercio del tiempo en hacer el tiramisú.

El viejo Tito bajó a la cocina en una madrugada de lucidez culinaria. Sufría de insomnio por haber nacido en ese cuerpo de creativo al que siempre culpó por condenarlo a una vida de mendigo; pues de haber sido atribuido con cerebro de ingeniero, tal vez su futuro económico sería un tanto más prometedor.

Lo despertaron las voces que solía escuchar cuando tenía episodios de clarividencia artística. En su última visita le dictaron entre suspiros la primera frase de su novela, pero esta vez se trataba de algo distinto: quería idear una combinación peculiar de sabores, de aromas y de texturas que tenía claras en mente pero no lograba concretar. Por eso bajó a la cocina a hacer mezcolanzas extrañas: queso con café, huevo con chocolate… tal vez sean cosas de loco —se decía— pero mis voces creativas insisten. E intento tras intento, capa tras capa, surgió un postre favorito por chicos y grandes. Un postre que de no ser por esas mentes creativas —casi locas— que juegan en el mundo de las mil y un posibilidades culinarias, probablemente no existiría.

Y aunque tal vez no haya sido el viejo Tito, cada vez que cocino un tiramisú no puedo evitar imaginarme una historia similar. Y recuerdo que, sin la locura y las noches sin sueño de los muchos creativos que batallan por pagar la renta… la vida sería un paseo cuadrado y carente de placeres inesperados.

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