Sopa de lentejas

Bruna tenía una mente ambiciosa, visualizaba su futuro en una de esas sopas brillantes de aromas profundos y apariencia sedosa.

Le habían advertido que no pensara en grande, pues por ser una lenteja de piel oscura podrían confundirla con una piedra y, en dado caso, la apartarían junto con la comida de perro. Estos comentarios desalentadores fueron provocando que su presencia desprendiera aires de miedo e inseguridad, tornando su piel morena en un color opaco y turbio.

Doña Laura esparció a todas las lentejas en la mesa y comenzó a retirar cualquier residuo de tierra o de contaminantes externos. Bruna rezaba porque no la confundieran con una piedra… porque alguien, por primera vez, dejara de juzgarla por su color de piel y viera todo el potencial de sabor que tenía por dentro. Doña Laura la tomó entre sus manos y se quedó un rato pensando.

“¡Abuela, esa es una piedra!” gritaba su nieta Chichí. “No mija, esta solo es una lenteja de piel oscura. Como tú… como yo”.

Bruna se empapó con el agua perfumada de la cocción, sintió cómo regresaba su esencia, su seguridad, su brillo de color oscuro. Esto hizo que algunas de sus hermanas sonrieran entre dientes… en el fondo guardaban esa semilla de racismo con la que muchas tuvieron la desdicha de nacer. Lástima que Doña Laura no hablara con ellas cuando aún eran jóvenes como su nieta… lástima que cuando las lentejas maduran, ya no hay mucho que hacer para cambiar esa semilla impregnada con fuerza en su interior.