Panqué de naranja: versión fácil

La delicada pastelería del papá de Lola no admitía esas atroces harinas preparadas que se formulan para los jóvenes impacientes del siglo XXI. Todo lo instantáneo tiene en común la trivialización de la cultura culinaria, además de una fuerte adición de químicos que no pueden actuar en beneficio para nuestro frágil cuerpo de mortal.

A él le gustaba tener el control de cada elemento en su cocina: disfrutaba el proceso de alimentar su levadura mutante que esponjaba entre suspiros las masas de pan dulce. Y ni hablar de los aromas a galletas recién horneadas, pues desde su nacimiento había sido atribuido con un misterioso olfato infatigable y una percepción aguda del sentido del gusto.

Fue ese dotado olfato lo que lo llevó a encontrar la caja de harina para pancakes oculta en la despensa de su casa. Con un fuerte prejuicio abrió la caja y rompió la bolsa para deshacerse de todo el contenido, pero las partículas volátiles de la harina alcanzaron su nariz: “Notas a vainilla, a mantequilla, a maple y a pan tostado… pero estos son puros químicos”, pensó. Su inquieta imaginación de pastelero comenzó a dar vueltas y no le quedó de otra más que experimentar un poco con la caja artificial que tenía en sus manos.

El resultado fue una receta de seis ingredientes: aceite, azúcar, huevos, naranja, harina artificial y una pizca de escepticismo, que absorbió de manera involuntaria por las altas concentraciones presentes en el ambiente. El panqué quedó tan celestial, y el proceso fue tan práctico, que hasta decidió escribirla a mano y pintar una acuarela en su honor.

Ese día, el papá de Lola aprendió que a veces la testarudez se basa en un orgullo inflamado más que en sustentos reales, que los atajos culinarios del siglo XXI no son tóxicos si se consumen con medida, y que a veces es mejor dejar a nuestra mente compleja y creativa descansar: recurriendo a una caja de harina para pancakes sin el temor de manchar nuestra reputación de cocineros respetables.