Bocaditos de nuez pecana

Los aromas a mantequilla y a nuez tostada me perseguían por el pasillo de mi memoria olfativa, el cual ha sido sujeto a ejercicios pesados y a exámenes rigurosos desde que empecé con la manía de estudiar el mundo del vino. “Huele todo lo que puedas”, decía mi maestra, pues una copa de cabernet es la antítesis aromática de un sangiovese. Con el tiempo ese pasillo se ha vuelto más largo, pues ahora soy capaz de diferenciar los aromas a “piedras mojadas” que solía relacionar con personas de buen verbo y escasa credibilidad.

Deberían advertirnos que una vez abierto ese pasillo, pareceremos ratas de película con sentidos agudos y ligera obsesión ante los aromas que puedan representar un futuro placer culinario. Pues aquí estoy yo, con los bocaditos de nuez pecana en el horno, y una incapacidad para concentrarme o ser productiva porque me persiguen esas cálidas notas tras el largo —y ejercitado— pasillo de mi condenada memoria olfativa.