Betabel perfumado

Los que son como nosotros: románticos, artistas, poetas… entienden que el verdadero arte se encuentra en los lugares menos esperados. Los ojos de artista tienen ese especial atributo de encontrar el romance en cualquier creación: sentimos la esencia del ingrediente como si fuera una extensión de nuestro cuerpo, y contamos con esa chispa interior que nos permite percibir el valor que hay en trabajar con productos que vienen de la tierra. Nos atrae la naturaleza y, a su vez, la pureza que esta emana.

Cuando sabíamos poco, veíamos episodios de Chef’s Table —a los “Picasso’s” de la gastronomía moderna— y pensábamos que nuestras creaciones humildes se quedaban en la categoría de mediocridad. Creíamos que, para llamar a un plato “arte culinario”, era necesario acudir a técnicas rebuscadas y utensilios “trucutrú”. Pero llegó un punto en nuestras vidas en el que la creación más sencilla provocó un extraño sentimiento conmovedor en nuestro cuerpo: presenciamos la magia de las verduras creciendo en la tierra, preparamos una cama —un pequeño trono— de hierbas y perfumes naturales para honrar al ingrediente con dignidad; y observamos, con la panza llena y el corazón contento, el espectáculo que quedó en el plato después de haber disfrutado de la preparación más sencilla: digna de estar en un museo de artes culinarios, digna de aplausos y alabanzas.

Y ahí fue cuando comenzaste a entender el valor de tu humilde trabajo. En una mesa rodeada de personas felices. Felices por el betabel perfumado que acabas de preparar y que trataste con cariño, con paciencia y que ahora puedes ver con ojos de artista.